En tan sólo 20 años de actividad creativa, Schubert transformó el humilde Lied (género de la “canción lírica”) en microcosmos emotivos y amplió la sinfonía clásica, el cuarteto de cuerdas y la sonata para piano hasta convertirlos en fusiones épicas de resplandor melódico e ingenio estructural. Sus primeras composiciones revelan su amor por Mozart, especialmente su Sinfonía no. 5 en si bemol mayor (1816). Para entonces había seguido obedientemente a su padre en la enseñanza, cuyo rigor encendió la flama de su genio para escribir, llegando a crear más de 600 obras en total. La canción siguió siendo el centro de su producción, inspirando dos ciclos de gran poder emocional: La bella molinera, D. 795 (1823) y Viaje de invierno, D. 911 (1827), así como varias obras maestras instrumentales. Sus últimas creaciones, especialmente el Quinteto para cuerdas en do mayor, D. 956 (1828), poseen una fuerza emocional que va más allá de los 31 años que vivió. Increíblemente, gran parte de la música de Schubert quedó inédita en vida: un diccionario musical vienés de la década de 1830 ni siquiera lo mencionaba. Fue a partir de que Schumann, Liszt, Mendelssohn y, sobre todo, Brahms se aseguraron de que su música se imprimiera y se escuchara que se reveló toda la magnitud de sus logros.