Con su octavo álbum, Rihanna pasó de los explosivos híbridos de pop, rap, R&B y dance con los que había llegado a un público masivo a crear música por pura satisfacción personal. ANTI no es el suicidio comercial que su título parece sugerir, pero contiene las canciones más austeras, íntimas y arriesgadas de una estrella transformada en visionaria. Entre beats industriales y evocadoras melodías minimalistas, Rihanna deja atrás las colaboraciones VIP y busca inspiración en los paisajes psicodélicos de Tame Impala. El sonido tiene más en común con Blood Orange y otros heterodoxos del R&B que con el escenario dance de Coachella, pero “Work”, un irresistible dueto con Drake a ritmo de dancehall, debería ser suficiente para satisfacer a sus fans más tradicionales.