Que Adele tiene una voz de época y un tono de mezzo cálido y natural que la conecta con grandes iconos del góspel y el R&B, desde Etta James a Aretha Franklin, no cabe duda. Pero las voces prodigiosas no siempre desembocan en artistas prodigiosas. Lo que termina marcando la diferencia son las canciones, y las de la cantautora británica equilibran la intensidad del soul con el brillo del pop, aderezadas con letras con las que es difícil no identificarse. Titulados con la edad que tenía al grabarlos, sus álbumes recorren el camino de la adolescencia a la edad adulta y la maternidad en canciones que suenan confesionales sin caer en las tentaciones del ego. 19, su debut de 2008, reflejó la fidelidad a sus ídolos de la Motown, pero también se mostró contemporáneo en los arreglos de indie pop y folk rock que enmarcaban algunas de sus canciones. Tres años después, 21, se convirtió en el álbum más vendido de la década gracias al éxito de singles como “Rolling In the Deep” y “Someone Like You”, que incorporaban elementos de góspel y country a su soul contemporáneo, y su gira mundial de 2011 se vio frustrada por una hemorragia en las cuerdas vocales la obligó a pasar por el quirófano. Cuando regresó a los escenarios unos meses después fue para recoger los Grammy al mejor álbum y la mejor canción de 2011. 25 (2015) y 30 (2021) alcanzaron cotas parecidas y ensancharon su paleta creativa con influencias del jazz y letras más personales que nunca. En noviembre de 2022 dio el primer concierto de una residencia en el Caesar’s Palace de Las Vegas que se acabaría extendiendo hasta finales del año siguiente.