La intensa fe católica de Bruckner le permitió superar sus crisis mentales y muchos años de soledad y abandono, situándose en el centro de las dos líneas esenciales de su producción: sinfonías y música coral religiosa. Nacido en 1824 en la Austria rural, Bruckner fue educado en el monasterio de San Florián, donde se convirtió en un destacado organista y donde su talento musical fue reconocido y alentado enseguida. Su fuerte sentido de la vocación artística lo llevó hasta Viena, donde durante algún tiempo vio como su música era ridiculizada o directamente ignorada, sobre todo por su lealtad al modernista Richard Wagner. No fue hasta que cumplió 60 años que las tornas cambiaron y Bruckner comenzó a ser reconocido como el pensador visionario y original que había demostrado ser desde el principio. Sus sinfonías se han comparado con catedrales sonoras, aunque en su obra también se vislumbra un fuerte sentimiento de admiración hacia la naturaleza y el folclore austriaco. Su muerte en 1896 no evitó que su música siguiera dividiendo opiniones, aunque encontraría vehementes defensores como su joven amigo Gustav Mahler.