De inocente ídolo juvenil a controvertido personaje público, Justin Bieber (Ontario, 1994) es un ejemplo de que es posible sobrevivir a una fama de dimensiones sobrehumanas. Debutó siendo un quinceañero con “One Time”, un hit pop con el que causó furor entre el público adolescente y que le permitió debutar a lo grande con My World en 2009. Aquellos siete temas proponían un irresistible cóctel de pop ligero e historias con las que cualquiera que estuviera en la pubertad podía conectar. La biebermanía estaba a punto de desatarse. A pesar de que en trabajos posteriores como Believe (2012) o Purpose (2015) el canadiense empezó a incorporar elementos del R&B y del dance con la intención de hacer madurar su estilo, lo cierto es que el número de beliebers no dejaba de crecer. La imagen angelical de Bieber, sin embargo, empezaba a quebrarse a causa de sus desplantes con una prensa cada vez más atosigante y sus frecuentes problemas con la justicia. Crecer entre focos nunca fue fácil. “Para mí fue muy duro ser tan joven y estar en la industria. No saber a quién acudir, y que todos me dijeran que me querían y que de repente me dieran la espalda”, confesaba en una entrevista para Apple Music. Tras una época oscura, Justice (2021) trae la luz, el canadiense finalmente estrena la etiqueta de Parental Advisory y se revela más reflexivo y sincero, abandonando definitivamente el personaje que fue e inaugurando una nueva era que promete ser tan fecunda como sorprendente.