Pocos compositores barrocos tuvieron la capacidad de plasmar las emociones humanas como George Frideric Handel. Nacido en la ciudad de Halle, actual territorio alemán, en 1685, se convirtió en músico a pesar de los deseos de su padre, quien era un prestigiado barbero y cirujano. La obstinación se convirtió en virtud cuando se trasladó a Londres, en 1712, tras haber alcanzado gran éxito con su ópera Rinaldo el año anterior. Allí permaneció hasta su muerte, en 1759. Con obras como Música para los reales fuegos artificiales y cuatro Himnos de coronación, entre los que destaca “Zadok, el Sacerdote”, dio forma a la identidad emergente de Gran Bretaña como potencia mundial. Handel utilizó las convenciones de la ópera seria italiana del siglo XVIII para expresar profundas ideas psicológicas y sacó del olvido el oratorio dramático inglés, perfeccionándolo para el gusto de la élite del Londres hannoveriano. Su instinto dramático se refleja en óperas como Orlando, que plasma el angustiante descenso a la locura del personaje principal, así como Ariodante y Alcina. Mejor conocido hoy en día por su oratorio El mesías, Handel poseía un genio para la caracterización y narración de historias que alcanzó su punto máximo en oratorios tardíos como Salomón, Theodora y Jephtha.