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Una lectura diaria para reflexionar, la matutina en audio. Jovenes adventistas Matutina juvenil Visita PCjovenes.com para mas informacion.

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    • Religión y espiritualidad
    • 3.0 • 2 calificaciones

Una lectura diaria para reflexionar, la matutina en audio. Jovenes adventistas Matutina juvenil Visita PCjovenes.com para mas informacion.

    ¿SOL O SOMBRA? - 2 OCT 2012

    ¿SOL O SOMBRA? - 2 OCT 2012

    Pórtense como quienes pertenecen a la luz, pues la luz produce toda una cosecha de bondad, rectitud y verdad.  Efesios 5:8,9.





    Se cree que Robert Hughes (1926-1958), de Illinois, Estados Unidos, ha sido la persona más gorda en la historia de la humanidad. Cuando tenía apenas seis años de edad, ya pesaba unos 92 kilogramos. A los diez años pesaba 171 kilogramos. En un momento de su vida llegó a pesar nada menos que 486 kilogramos. Para el momento de su muerte, a los 32 años de edad, pesaba alrededor de media tonelada. Se dice que su ataúd era tan grande como para transportar un piano y que tuvo que ser bajado a la fosa con una grúa (Richard B. Manchester, Incredible Facts [Hechos increíbles], pp. 102, 103).
    ¿Te imaginas lo que los seres de otro planeta habrían pensado si hubieran visitado la Tierra y, por pura casualidad, se hubieran topado solo con Roberto Hughes? No los culparía si pensaran que todos los terrícolas pesamos alrededor de media tonelada.
    Una confusión similar ocurre, aunque en un plano muy diferente, cuando representamos mal a nuestra iglesia. Si eres el único miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en tu familia, o en tu vecindario, o en tu salón de clases, la gente que te rodea se hará una idea de lo que es un adventista por lo que vean en ti. Por ello, el privilegio de ser un cristiano adventista del séptimo día también conlleva una gran responsabilidad: dondequiera estemos, somos representantes de Cristo y, por supuesto, de nuestra iglesia.
    Algunos jóvenes adventistas han vivido en carne propia una situación que ilustra lo que estoy diciendo. Me refiero a los estudiantes que han solicitado ser exonerados de los exámenes en día sábado. Entre las razones que los profesores usan para negarles la excepción, es que otros «adventistas» no han tenido problemas para presentar exámenes en día sábado. «Si otros adventistas lo hacen, ¿por qué no podrías hacerlo tú?», contestan.
    Lo admitamos o no, nuestra vida afecta a los demás. Como dice Elena G. de White, nuestra conducta «produce sol o sombra» sobre todos aquellos con quienes nos relacionamos (Mensajes para los jóvenes, p. 244).
    ¿Qué efectos en los demás está produciendo tu conducta? ¿Es un sol que ilumina, o una sombra que oscurece?

    “Padre Celestial, que mi vida sea una luz que disipe las tinieblas dondequiera que esté”.

    • 3 min
    LIBERAR AL PRISIONERO - 1 OCT 2012

    LIBERAR AL PRISIONERO - 1 OCT 2012

    Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.  Colosenses 3:13.

     «Odiar a alguien —escribió Harry Emerson Fosdick— es como quemar tu casa para matar al ratón que te está molestando». Y yo añadiría algo más: es como quemar la casa y que el ratoncito se escape. En otras palabras, odiar no vale la pena. El precio es demasiado elevado.





    No voy a decirte ahora cuáles son las consecuencias que odiar a alguien puede ocasionar a tu salud. Esto ya lo has escuchado. Quiero más bien referirme a un efecto que Anthony de Mello ilustra muy bien en su libro La oración de la rana. Es el relato de un exprisionero de un campo de concentración nazi que visitó a un amigo que también había sufrido esa terrible experiencia.
    —¿Has logrado olvidar a esos nazis? —preguntó a su amigo.
    —Sí —contestó él.
    —Yo en cambio no he podido olvidar. Sigo odiándolos con todo mi corazón.
    —En ese caso —le contestó su amigo— todavía eres su prisionero.
    ¿Albergas odio en tu corazón hacia alguien? ¿Hacia algún amigo o amiga, por algo que esa persona hizo que todavía te causa dolor cuando lo recuerdas? ¿O quizás hacia algún familiar? Pues acaso te convendría elevar un ruego a Dios como el del Salmista, pidiéndole al Señor que examine tu corazón para ver si hay en él algún odio o resentimiento hacia otra persona (ver Sal. 139:23,24), y para que con su poder lo quite de ti. Porque si hay algo que el relato del exprisionero nos enseña es que en el juego de la vida, el que odia siempre resulta perdedor. No importa cuánto daño te haya hecho esa persona o cuánto dolor te haya causado, si la odias, ella es el carcelero y tú eres su prisionero.
    Es verdad que todavía puedes sentir dolor por lo que te hizo esa persona, pero como bien escribió Lewis Smedes, ese dolor no va a sanar por sí mismo. La única manera de que sane es perdonando a quien te hirió. Cuando eso hagas, estarás extirpando un tumor maligno de tu cuerpo. Y mejor aún, «liberarás a un prisionero; solo que descubrirás que ese prisionero eres tú mismo» (Forgive and Forget. Heahng the Hurts We Don’t Deserve [Perdonar y olvidar: Para sanar las heridas que no nos merecemos], p. 133).

    “Limpia, Señor, mi corazón de cualquier odio o rencor”.

    • 3 min
    ¡ADVERTENCIA! - 29 SEPT 2012

    ¡ADVERTENCIA! - 29 SEPT 2012

    Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Ten presente al Señor en todo lo que hagas, y él te llevará por el camino recto. Proverbios 3:5,6.
    ¿Cuál de los siguientes desafíos te parece que requirió de más fe de parte de los siguientes personajes bíblicos?


    Dios le pide a Noé que prepare las herramientas porque debe iniciar un proyecto de construcción: ¡Un barco en tierra seca!
    Dios le pide a Abram que abandone su tierra porque debe mudarse a un nuevo lugar. Destino: ¡Desconocido!
    Dios le pide a Josué que se prepare para atacar a Jericó. ¿Cuál es el plan de ataque? ¡Dar vueltas alrededor de las murallas de la ciudad!

    No está fácil. ¿Imaginas lo que pensaron estos personajes bíblicos cuando recibieron esas órdenes? ¿Por qué Dios a veces hace cosas que no tienen sentido?  Mejor dicho: ¿Por qué hace cosas que no tienen sentido para nosotros? Porque Dios puede ver el cuadro completo, de principio a fin. Por eso dice: «Mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya. Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes» (Isa. 55:8,9).
    Los planes de Dios no son los nuestros, pero él nos pide que seamos parte de ellos. Sabe que sus planes son para nuestro bien. Y también sabe que, al obedecerle, aunque a veces no entendamos el porqué, nuestra confianza en él aumentará. Por eso se atreve a pedirnos lo que dice nuestro texto para hoy.

    Él quiere que confíes en él. Que pongas en sus manos tus planes, tus dudas, tus anhelos, tus sueños, tus temores.
    Él desea que lo hagas de todo corazón, no a medias.
    Él te previene para que cuando tengas que tomar las decisiones más importantes de la vida, no dependas de tu propia inteligencia, sino que lo tengas en cuenta.

    ¿Te atreverías a poner en práctica este plan, a partir de hoy mismo?
    Eso sí, una advertencia: Recuerda que lo que Dios hace, no siempre tiene sentido (para nosotros, claro está, porque para él ¡sí lo tiene!).


    “Padre celestial, ayúdame a obedecer tus mandatos, aunque a veces parezca que no tienen ningún sentido”

    • 4 min
    CUESTIÓN DE PRIORIDADES - 28 SEPT 2012

    CUESTIÓN DE PRIORIDADES - 28 SEPT 2012

    Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas. Mateo 6:33 


    ¿Qué responderías si te preguntaran cuáles son tus prioridades en la vida? Otra pregunta: ¿Qué hiciste para dar el primer lugar en tu vida a lo que es realmente importante? Cuando de prioridades se trata, la siguiente ilustración de Stephrn Covey te puede ayudar.
    Imagina una mesa sobre la cual hay una cubeta parcialmente llena de piedras pequeñas. Estas piedrecillas representan las cosas que no son importantes en tu vida. Sobre la mesa hay también varias piedras grandes, que representan las cosas que si son muy valiosas para ti. Se te pide entonces que intentes meter dentro del cubo tantas piedras grandes como sea posible. ¿Cuántas podrías meter siendo que el cubo ya está parcialmente ocupado por las piedrecillas? ¿Tres? ¿Cuatro? El caso es que podrías introducir muy pocas.
    Supongamos ahora que sacas de la cubeta las piedrecillas y comienzas a llenarla con las piedras grandes primero. Ahora ya no son tres o cuatro las que logras meter. Colocas una tras otra, y otra, y otra… hasta que, increíblemente, logras meter todas las piedras.
    No obstante, el experimento no termina allí. Tomas ahora las piedrecillas y las colocas en el cubo donde ya están las piedras grandes. ¿Qué observas? Las piedrecillas entran al cubo por los espacios que separan las piedras grandes, hasta que ya no hay espacio para una más. Ahora el cubo está lleno (The Seven Habits of Highly Effective Families [Los siete hábitos de las familias muy efectivas], pp. 160, 161).
    ¿Cuál es la lección? Si las piedras grandes no entran primero, difícilmente entrarán después. Es decir, organiza tu tiempo de manera que las cosas más valiosas reciban la mayor atención. Después que esas prioridades estén bien atendidas, dedícate entonces a las de menor importancia. Si alguna de estas pequeñeces queda sin atender, no será mucho lo que se perderá. En cambio, si las «grandes piedras» (Dios, la familia, la salud, los estudios…) quedan fuera de tu vida, sufrirás una pérdida incalculable. De las cosas que de verdad cuentan para ti, ¿qué está dentro de la «cubeta» y qué está fuera?  Hoy tienes la preciosa oportunidad de dar a cada aspecto de tu vida la importancia que realmente se merece. Solo tú puedes decidir qué quedará dentro y qué quedará fuera.


    “Dios mío, concédeme sabiduría al organizar mis prioridades de manera que lo importante para ti también lo sea para mí”

    • 4 min
    A PRUEBA DE TORMENTAS - 27 SEPT 2012

    A PRUEBA DE TORMENTAS - 27 SEPT 2012

    Todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca.  Mateo 7:24, NVI
    Tomemos nuestro versículo para hoy y coloquemos a su lado la siguiente cita: «¡Ojalá comprenda cada uno que es el árbitro de su propio destino! En ustedes yace la felicidad para esta vida y para la vida futura e inmortal» (Mensajes para los jóvenes, p. 23). ¿Qué obtenemos? Tres verdades que bien vale la pena conocer y aplicar en la obra más importante de nuestra vida: la edificación del carácter.


    La primera verdad que salta a la vista es que tú eres el constructor de tu carácter. Otros te podrán asesorar al construir, pero al final tú serás el responsable de la edificación. Tú escogerás la calidad del material que se usará en la construcción: puedes elegir materiales de segunda (malas decisiones, cultivo de malos hábitos, rodearte de malos amigos, etc.), o de primera.
    La segunda gran verdad es que la casa tendrá que enfrentar tormentas. No importa qué sitio escojas para construir, puedes estar seguro de que será severamente probada. Lo que esto significa es que tendrás que enfrentar pruebas, pero no tienes que asombrarte ni asustarte porque sin pruebas, sin desafíos, no podrás desarrollarte.
    La tercera verdad es que tú decides el tipo de fundamento. Esta es la parte crucial de la edificación, porque de nada te servirá planificar con el mayor cuidado y construir con los mejores materiales si al final te equivocas en el tipo de fundamento que sostendrá el edificio.
    ¿Cuántas opciones hay en esto de decidir el tipo de fundamento? Solo dos: construir sobre la roca o sobre la arena. Sobre la roca edifican quienes ponen su confianza en el Señor Jesucristo, la Roca de los siglos. Estos son los prudentes. Sobre la arena edifican quienes ponen su confianza en los ídolos de este mundo: las riquezas, los placeres y la fama, entre otros. A estos, el Señor los llamó tontos, o insensatos. ¿Sobre qué bases se está levantando el edificio de tu carácter?


    “Padre amado, hoy quiero edificar sobre la Roca de los siglos, Cristo el Señor. ”

    • 3 min
    "NUNCA ME LO CONSULTASTE" - 26 SEPT 2012

    "NUNCA ME LO CONSULTASTE" - 26 SEPT 2012

    Su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo pidan. Mateo 6:8.
    «Señor, ¿por qué permitiste que mi sueño se derrumbara en forma tan miserable? ¿Por qué no me diste al menos una señal?» Quien así se expresa es Claudia, una joven recién egresada de la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas de una universidad privada. Su sueño consistía en comprar un apartamento tipo estudio para montar allí su agencia de publicidad. Pero ese sueño se evaporó cuando colocó su dinero en manos de un estafador. No sabemos qué respuesta le puede dar Dios a Claudia. Pero podemos imaginar que es la misma que quizás le daría a tantos otros: al joven que confió ciegamente en el amigo que lo traicionó; a la muchacha que muy tarde descubrió las verdaderas intenciones del don Juan que la enamoró. Esa respuesta es: «Tú nunca me lo consultaste».


    Decidimos seguir adelante con nuestros propios proyectos sin consultar a Dios y, cuando fracasamos, se lo echamos en cara: «Señor, ¿por qué permitiste que su cediera esto?». Es muy sencillo: «Porque tú nunca me lo consultaste».
    Esta realidad nos recuerda la experiencia del pueblo de Israel cuando fueron víctimas de los truculentos gabaonitas. Dice la Biblia que cierto día se presentaron ante Josué unos hombres que querían firmar una alianza con los israelitas. Alegaban provenir de tierras muy lejanas (ver Jos. 9). Y para demostrarlo, mostraron sus zapatos desgastados, sus ropas raídas y su pan mohoso. Habían oído que Dios destruiría a todas las naciones paganas que habitaban Palestina, y ellos no querían ser destruidos.
    Josué los observó, les hizo algunas preguntas y, sin mucho protocolo, hizo pacto con ellos. Tres días después los israelitas descubrieron que los gabaonitas ¡vivían a la vuelta de la esquina! Los engañaron vilmente. Y todo porque no consultaron a Dios (Jos. 9: 14). Probable mente Josué y los líderes del pueblo razonaron que no valía la pena molestar a Dios por un asunto tan pequeño. Pero fue un error.
    Si ahora mismo estás atravesando por alguna circunstancia que te está preocupando, oye esto: sea grande o pequeño, tu problema también preocupa a Dios. Por lo tanto, ¿por qué no llevarlo a él en oración? No pienses que importunas a Dios con tus problemas. Nada de lo que te afecta es insignificante o pequeño para él. ¿No es él, acaso, tu Padre celestial?


    “Padre mío, gracias porque te interesas en mis grandes problemas, y también en los pequeños.”

    • 3 min

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