Además de ser su alma gemela, el piano representó para Chopin un escape emocional y fue el centro de su universo creativo. En este instrumento compuso más de 260 melodías que incluyen baladas de espíritu libre, intensos scherzos, 21 delicados nocturnos y sonatas más allá de las convenciones. Despegó su carrera como un pianista prodigio de su nativa Polonia y más tarde se instaló en París. Ahí, se convirtió en una figura de culto para la alta sociedad. Sorprendentemente, a pesar de ser uno de los más grandes talentos del piano, sólo dio alrededor de 30 conciertos públicos, ya que se sentía sofocado por la audiencia, “su respiración, sus miradas inquisitivas y rostros extraños”. A través de sus dos sets de 12 estudios, op. 10 (1829-1832) y op. 25 (1832-1835) llevó la técnica pianística a nuevos niveles de fantasía poética, transformando y actualizando tres géneros dancísticos: polonesa, mazurca y vals vienés. Chopin alguna vez describió sus mazurcas como si estas hubiesen sido sacadas violentamente de un corazón roto por dentro. Movido por su tormentosa relación con la novelista George Sand (seudónimo literario de Amantine Lucile Aurore Dupin), rompió todas las cadenas en sus 24 preludios, op. 28 (1835-1839), cuyos cambios de ánimo electrizantes siguen causando impacto.