Pocos inicios han sido tan únicos como el de Portishead con Dummy (1994). De ritmo relajado y sonido misterioso, este boceto del trip-hop lleva el nombre de un drama de la televisión británica de los 70 sobre una mujer sorda que se convierte en prostituta. Dummy está lleno de scratches, percusiones temblorosas y guitarras fragmentadas ancladas en el falsete cristalino de la vocalista Beth Gibbons, que canta “the blackness, the darkness, forever” (“Wandering Star”). Canciones como “Sour Times” y “Glory Box” adormecen en un trance de cuerdas cinematográficas, baterías precisas y llenas de ritmo, así como la voz aterciopelada de Gibbons. Esta huella sonora se volvió omnipresente entre contemporáneos como Morcheeba, Mono y Sneaker Pimps; incluso llevó a que Dummy fuera clasificado, erróneamente, como música de paz. No te engañes: este álbum encuentra placer en la incomodidad y es tan capaz de relajarte con sus cálidas melodías como de sacudirte. Dummy es un disco para los noctámbulos, en todas partes, siempre.