Todos los géneros emergentes tienen líderes espirituales, artistas capaces de tomar en sus manos un movimiento local y transformarlo en fenómeno masivo. En el caso del reggaetón, ese artista es Daddy Yankee. Nacido en 1977 en el barrio de Río Piedras de San Juan (Puerto Rico), Ramón Luis Ayala Rodríguez creció rodeado por los bongós que su padre tocaba en una orquesta de salsa y por una familia materna llena de músicos. Yankee descubrió muy pronto su talento natural para la improvisación y las rimas y no tardó en aparecer en algunos de los mixtapes de rap underground que DJ Playero editó a principios de los 90. Sin embargo, su verdadera pasión era el beisbol, y su carrera profesional parecía encaminarse hacia las ligas profesionales de ese deporte, hasta que a los 17 años una bala perdida le hirió la pierna. La larga recuperación terminó con sus sueños deportivos, pero le permitió centrarse en su carrera musical y meterse de lleno en un nuevo género que fusionaba hip-hop y dancehall con música latina: el reggaetón. Tras una extensa serie de sencillos y dos álbumes de estudio, en 2004 Barrio Fino le abrió definitivamente las puertas del éxito internacional y llevó sus acrobáticas rimas a las pistas de todo el mundo. Convertido en uno de los artistas más populares dentro y fuera del mercado latinoamericano, Yankee alcanzó su mayor éxito en 2017 con “Despacito”, su colaboración con Luis Fonsi cuyo remix con Justin Bieber arrasó en las listas de ventas globales. Pese a haberse convertido en una institución y emblema de un fenómeno global, Yankee sigue considerándose un rapero, el mismo Rey de la Improvisación que ganó cinco años consecutivos los Street Jam Reggae Awards y que sigue basando su lírica en las vivencias cotidianas de su natal Puerto Rico.